Ya estoy de vuelta del fin de semana largo que hemos tenido por aquí, durante el cual le he hecho una visitilla a Pablo. Aquí una foto del paisaje desde el tren:

El viernes salí sobre las 3 de la tarde de Toronto, y tras 5 horas de viaje llegué a mi destino: Montreal. Allí me esperaba Pablo, un poco harto porque se había retrasado el tren y porque se le había acabado la batería del iPod (y no, no se ha cortado aún las rastas).

Fuimos a su casa a dejar mis cosas, cenamos y nos fuimos a tomar algo con un par de amigos suyos (Ralph y Shanna). Entonces comprendí que Montreal está un poco más al norte que Toronto: creo que nunca he pasado más frío que esa noche, especialmente en las piernas que era lo único que no tenía protegido. Para colmo, había olvidado el pijama por lo que tuve que dormir en gayumbos y la cama estaba más helada que cualquiera en
Muñana en invierno.

Al día siguiente fuimos con Shanna y otra amiga de Pablo (de la cual no logró recordar el nombre) a ver el
Biodôme, que viene a ser como el
Faunia de Madrid, pero aquí el frío y la nieve están fuera y dentro tienen los ecosistemas cálidos y animales exóticos. También vimos un insectario lleno de bichos curiosísimos y el estadio olímpico de Montreal.

Por la noche íbamos a salir a cenar, pero estuvimos tomando algo a media tarde y, debido también al frío que hizo el sábado, preferimos quedarnos en casita charlando. Allí nos juntamos un canadiense (James, el compañero de piso de Pablo), una americana (Shanna), un alemán (Ralph) y dos españolitos, hablando todos, por supuesto, en inglés.
El domingo nos fuimos a la
montaña de Montreal, que es más bien lo que es España denominamos un monte, pero es que por aquí no abundan las altitudes si no son rascacielos. Estaba todo nevado, pero lo malo fue que nos liamos en la subida y acabamos en el cementerio de la ciudad, que no estaba mal, pero era un poco aburrido.

Luego fuimos a tomar unos bocadillos de pollo que hacen en un sitio de por aquí que están buenísimos y a descansar un poco a casa. Por la noche Pablo me llevó a un sitio a probar una de las especialidades culinarias de Quebec: la
Poutine. No deja de ser una comida rápida a base de patatas fritas con queso y una salsa un poco extraña, pero se podían pedir con más cosas y estaba bueno.

El domingo salimos de casa con la mochila ya preparada y nos recorrimos media ciudad andando para ver la parte vieja, que es de estilo más francés que el resto de la ciudad (más americanizada). También vimos el Chinatown de allí (aunque es mejor el de Londres) y la zona de rascacielos que es por donde estaba la estación donde tenía que coger el tren.

Después de eso poco más. Otras 5 horitas en tren hasta Toronto, 40 minutos más en metro hasta mi parada, 10 minutos de caminata hasta casa, y cansancio suficiente para caer rendido hasta el día siguiente. Lo único malo es que ahora ando un poco constipado, pero seguro que fue por el aire acondicionado del tren y no por el frío que pasé en Montreal.